Los
dominios así adquiridos
están acostumbrados a vivir
bajo
un príncipe o a ser libres;
y
se adquieren por las armas propias
o por las ajenas,
por la suerte o por la virtud.
El Príncipe
Nicolás
Maquiavelo
Nicolás
Maquiavelo (1469-1527) pretende ofrecer en su obra El príncipe (1513-1519) una teoría científica o una descripción
realista y veraz del origen del Estado y de cómo este –en la modalidad que se
encuentre, República o Monarquía- debe mantenerse, cómo debe comportarse ante
otros Estados y a su vez con respecto a sus ciudadanos.
La obra la podemos
dividir con dos objetivos amplios, por una parte exponer las razones del
hundimiento político-militar que para entonces vivía Italia –de ahí su énfasis
en que un Estado fuerte requiere de un ejército propio- y además exponer que la
regeneración política se encuentra en la Virtù
“la fuerza, la inteligencia, de una personalidad excepcional que imponga a la
corrompida materia italiana la forma de un orden estatal capaz de perdurar más
allá del mismo”.[1]
La Virtù
se desprende de una concepción providencialista, es decir, se aleja de aquella
virtud moral que proclamaba la iglesia. Maquiavelo concebía un cambio drástico
en Italia con una iniciativa inteligente y poderosa, ello se puede resumir en
un elemento: la razón. Esta iniciativa inteligente debía recaer en un “nuevo
príncipe” aquél capaz de dar una aplicación de las máximas de la ciencia
política, ello a través de la experiencia moderna y el rescate de las lecturas
clásicas.
En este sentido, Maquiavelo sigue una línea realista. No vamos a encontrar en el autor aspiraciones de tipo utópicas, por el contrario, parte de la realidad y de lo concreto, de cómo son las cosas y cómo es el hombre y no de cómo deberían ser o actuar diciendo que: “siendo mi verdadero propósito escribir cosa útil para quien la entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos.”[2]
Concibe al hombre “con una naturaleza fija y permanente, la legalidad política es también constante y el saber político pueden tener un valor universal”.[3]El pensamiento de Maquiavelo es una buena muestra de la síntesis del pensamiento renacentista, por un lado la realidad contemporánea y por la otra el rescate y aprendizaje de la historia antigua.
En este sentido, Maquiavelo sigue una línea realista. No vamos a encontrar en el autor aspiraciones de tipo utópicas, por el contrario, parte de la realidad y de lo concreto, de cómo son las cosas y cómo es el hombre y no de cómo deberían ser o actuar diciendo que: “siendo mi verdadero propósito escribir cosa útil para quien la entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos.”[2]
Concibe al hombre “con una naturaleza fija y permanente, la legalidad política es también constante y el saber político pueden tener un valor universal”.[3]El pensamiento de Maquiavelo es una buena muestra de la síntesis del pensamiento renacentista, por un lado la realidad contemporánea y por la otra el rescate y aprendizaje de la historia antigua.
El hombre, Maquiavelo, lo concibe como malo por naturaleza y esa maldad puede manifestarse en la ocasión oportuna. Por ello en el plano político poco importará la moralidad, lo que tiene relevancia es el cálculo político. Cuando se da la oportunidad debe aprovecharse pero con tiento, esto se justifica porque todas las aspiraciones deben ser concebidas para la conservación del Estado, que es concebido por Maquiavelo como la única garantía de paz y orden entre los individuos. Así pues el Estado se compone de dos planos: la seguridad y la autonomía, ambas características tienen su manifestación en las instituciones:
El Estado ejecuta esta función
mediante los ordini (instituciones)
que lo constituyen y mediante el ejercicio de la razón o prudencia política,
esto es, de una capacidad de previsión para hacerles frecuente, que incluye el
reconocimiento y uso de la oportunidad y la aceptación de la necesidad (lo que
Maquiavelo denomina Virtù, haciendo
abstracción de los componentes morales y de la referencia trascendente de la
virtud cristiana).[4]
En
el plano de la seguridad son necesarias las armas, por ende un ejército ciudadano.
Ello es interpretado por Maquiavelo como una expresión del poder político y
como muestra de autonomía. Otro punto importante en la formación del Estado es
la parte religiosa, aquí Maquiavelo hizo una distinción muy atinada, el
ciudadano será fiel al Estado a través de la Virtù y su religión, en este caso
la católica, por medio de la virtud cristiana. Por ello el Estado y la Iglesia
no pueden estar a la par, las dos no pueden tener todo el poder. Maquiavelo
concebía a la Iglesia como sublevada del Estado y éste último representado en
un soberano. La religión, sin embargo,
concebida como una institución del Estado puede y debe ser utilizado como una
herramienta de poder para la formación cívica: “La religión será buena o mala
en la medida en que sea políticamente útil o inconveniente y para Maquiavelo
estás claro que, mientras la religión antigua, la romana, era políticamente
eficaz al promover la Virtù política
del ciudadano, la religión cristiana en su manifestación histórica es más bien
inútil y nociva.”[5]Así
pues el orden y la fuerza religiosa resulta fundamental para la construcción
del Estado, sin embargo, esta fuerza debe obedecer a la necesidad política, al
Estado sea príncipe o gobierno republicano.
Con
esto el Estado, puede transgredir la religión cuando sea necesario simulando un
respeto hacia la misma. El comportamiento del Estado, según Maquiavelo, fluye
en dos líneas o ejercicios: la simulación y la disimulación. La simulación
consiste en lo que no se es y la disimulación en ocultar lo que se es
realmente. “No es necesario que un príncipe posea todas las virtudes citadas,
pero es indispensable que aparente poseerlas. Y hasta me atreveré a decir esto:
tenerlas y practicarlas siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas es
útil”.[6] El
arte de la simulación es explicado por el autor a lo largo del capítulo XV.
En El Príncipe se muestra una clara defensa
a la conformación del Estado, el desentrañamiento de cómo este funciona y de
cómo debe mantenerse. Pareciera que Maquiavelo da todas las armas al soberano
para que mantenga a los subiditos contentos, cumpliendo el contrato que se
tiene con ellos puesto que Maquiavelo advierte que en un momento dado en el que
los súbditos se percaten de que no se está cumpliendo el papel del príncipe
puede desembocar en una revelación. En este sentido, Maquiavelo, el discurso de
Maquiavelo puede ser interpretado como una buena herramienta para que los
ciudadanos se concienticen y reconozcan cual es su papel y cómo ejercerlo.
En
cuanto al príncipe en sí, y basado en su teoría de la simulación, Maquiavelo
concluye que “como el amar depende de la voluntad de los hombres y el temer de
la voluntad del príncipe, un príncipe prudente debe apoyarse en lo suyo y no en
lo ajeno, pero, como he dicho, tratando siempre de evitar el odio”.[7] La
conclusión de este capítulo recuerda a la concepción pesimista que tiene
Maquiavelo del hombre mismo, “el fundamento más profundo de todo el
maquiavelismo es esta idea, de que los hombres son los tristes hombres, o de
que son malos; es esta antropología pesimista, la conclusión de este capítulo
es una máxima maquiavélica”.[8]Sin
embargo, según Gaos, la novedad no es aquí el pesimismo hacia el comportamiento
del hombre sino:
La amoralidad,
incluso la “aculturalidad”, permítaseme el vocablo, del poder político, sí la
es, si no en el orden de la actividad política históricamente real, en el orden
de las ideas políticas declaradas y profesadas: porque ni siquiera los sofistas
o las encarnaciones más o menos figuradas de ellos […] había tenido el
serenamente audaz cinismo del declarar, sin simulaciones ni disimulaciones – o
faltando a los preceptos dados a los príncipes el preceptor de éstos-, que la
actividad política históricamente real está justificada, si puede seguir diciéndose
así, por su éxito en la persecución de su finalidad: la adquisición y la
conservación del puro poder político, a como diese lugar…[9]
Los Discursi (1513-1517) de Maquiavelo, es
una obra que definitivamente no se puede dejar pasar para profundizar en el
pensamiento del autor. Si bien es cierto que El Príncipe es más que claro en
sus objetivos y argumentaciones, ello no es la síntesis de las creencias de
Maquiavelo.
La única oposición,
pero de popularidad y no de contradicción, que pordía establecerse entre los Discorsi y el Príncipe, sería la que se da entre la tesis y la hipótesis, o dicho
en otras palabras, entre el ideal y la realidad. La tesis, el ideal, es la
república, y consiguientemente la libertad y la democracia. La hipótesis, una
hipótesis desesperada pero inexorable, es el principado despótico. He aquí la
única dicotomía posible –pero no antinómica, una vez más- en el pensamiento de
Maquiavelo.[10]
Una
cosa es que haya desmenuzado el Estado y el papel del príncipe y otra que
estuviese de acuerdo con ellos. En otras palabras, partiendo siempre de la los
acontecimientos cercanos, Maquiavelo concibió otra realidad leja de utopías.
“Si la república es el mejor de los regímenes mixtos, el que como en Roma,
mayor capacidad tiene de mantener el equilibrio de fuerzas, Maquiavelo admite
cierta variedad de Constituciones, según la diversidad de tiempos y países”.[11]
Por último, cabe decir que en sus Discorsi,
Maquiavelo describe la libertad como un estimulo natural para la industria y el
comercio “que anima a los ciudadanos a traer al mundo niños que con talento,
podrán llegar ser jefes de la república, gracias a la competencia el que busca
su propia ventaja trabaja para el bien general”.[12]
[1] Emilio
Lledó, Historia de la filosofía,
Santillana, México, 2004, p. 113.
[2] Nicolás
Maquiavelo, El Príncipe, Porrúa,
México, 2011, p. 39.
[3] Emilio
Lledó, Op. Cit., p. 114.
[4] Ibid.
[5] Ídem.,
p. 115.
[6]
Maquiavelo, Op. Cit., p. 45.
[7] Ídem.,
p. 44
[8] José Gaos,
Historia de nuestra idea del mundo,
FCE, México, 1973, p. 248.
[9] Ídem.,
p. 251.
[10] Maquiavelo,
Op. Cit., p. 24.
[11] Yvon
Belaval, Historia de la filosofía: La
filosofía en el Renacimiento, Tomo V, Siglo XXI, México, 2006, p. 88.
[12] Ídem.,
p. 89.
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